lunes, 17 de febrero de 2025

Surcos

 

Camino despacio sobre asfalto de tierra.

Los pasos me llevan a destinos inciertos.

La luz me detiene, me ciega y exhibe mis miedos,

y aunque me pliego, continúo sin pausa bajo el yugo de su recelo.

 

Muros de piedra cubren mi desabrigo,

y a la sombra de su fortaleza emerge el destierro elegido.

 

Atrás quedan los deseos cohibidos, 

los anhelos no cumplidos atrapados en ruinas,

las vergüenzas escondidas que empozoñan el sendero

y lo tornan más estrecho y oscuro. 


Atrás quedaron, 

apilados junto a los trozos de la inocencia arrancada a dentelladas,

aunque de lejos, a veces, dirijan mi marcha.

 

Vuela alto libertad, allá donde te lleve tu instinto,

y no dejes que el eco de sus voces varíe tu travesía.

 

 

lunes, 3 de febrero de 2025

Ausencia


Sabía lo que tenía que hacer, pero no encontraba las fuerzas.  No había ningún reloj a la vista, aunque intuía que debía ser una hora prudente para salir de la cama.  Prefería seguir así, acurrucado bajo el calor de las sábanas, protegido del mundo exterior y del frescor que el incipiente otoño presagiaba.  
 
El fin del verano, un año más, dejaba a su paso ecos de un tiempo donde el dolor se hizo costumbre.  El desenfado y despreocupación de los días estivales del pasado se le antojaban demasiado lejanos, con el tiempo se habían convertido en un período donde sólo quedaba la certeza de saber que fue el momento donde todo cambió.  Una línea invisible había franqueado su memoria y a veces, sin darse cuenta, se sorprendía a sí mismo pensando a qué lado de la misma situar sus recuerdos, intentando evocar en cuáles de ellos ya pesaba su ausencia.

Los días eran más cortos y durante las noches podía sentir el frío, tanto como ella, que ya huía del suelo buscando el calor de su colchón, donde acurrucada contra su cuerpo lo reconforta dándole abrigo con su pelaje blanco, haciendo su ausencia un poco más pequeña y recordándole, como siempre,  todo lo que ella dejó atrás antes de marchar.

lunes, 20 de enero de 2025

Ocaso

 

Y se escondió... a la caída de la tarde.

Las cenizas cayeron inertes,

la calma era su escudo,

brotes de espinas cruzaban su espalda.

Nada temía, nada podía pararla.

Retazos de vida,

miradas de espanto,

y aunque quisiera,

ya no esperaba el milagro.

En la pared se refleja su llanto,

nada temía, nada sentía,

y en la pureza de su letargo

oye a lo lejos su desencanto

 

 

 

lunes, 6 de enero de 2025

De luz y de color

La algarabía me ensordece, hasta tal punto que a veces dejo de oír mi propia voz interior.  Y en cierto modo a veces se agradece porque últimamente es casi lo único que oigo.  En mi diálogo interno doy rienda suelta a lo que no se puede decir o más bien a lo que no es agradable escuchar, y esta reflexión adquiere más sentido si lo asociamos al período que nos ocupa, una época prefabricada donde se supone que todo debe ser luz, color, celebración, armonía artificial, consumismo desorbitado y encuentros forzados con gente a la que, a veces, sólo ves en estas fechas.

Es difícil explicar la sensación que te invade cuando te encuentras en medio de una corriente generalizada que te empuja a un festejo desmedido y dentro de ti no encuentras razones para celebrar.  

Aún recuerdo esas navidades de mi infancia donde todo era ilusión, no había grandes cosas, las que las circunstancias económicas permitían,  pero sobraba entusiasmo.  Ya comenzaba a forjarse acompañado de la excitación de los días previos al comienzo de las vacaciones, tomaba forma mientras adornaba el árbol la tarde del último día de clase, y se instalaba a sus anchas los días posteriores, donde todo, por simple que fuera, era un disfrute.  


El paso del tiempo fue transformando esas sensaciones y mi relación con este período del año pasó por diferentes etapas en las que a veces llegué a tener una visión escéptica de la Navidad.  Sin embargo, en los últimos años y con la llegada de la madurez, fui apartando lo que ensuciaba mi percepción sobre estas fechas, y aprendí a verlas como una oportunidad para pasar tiempo con mi familia.

Pero la vida a veces te sorprende de la manera más fatídica y pone tu mundo del revés.  En ese momento, cuando te quitan lo más importante, es cuando te das cuenta de que lo tenías todo.  

Nunca pensé que sería así.   Cuando ocasional y fugazmente cruzaba mi mente la posibilidad de perder a alguien siempre creí que inevitablemente la naturaleza seguiría su curso y en algún momento, lamentablemente, conocería de primera mano la pérdida de mis padres.  Al fin y al cabo ese es el orden lógico y natural de la vida.  


En ese escenario, según las circunstancias, el dolor, aunque devastador, puede encontrar un cauce donde canalizar porque al fin y al cabo "es ley de vida".  En ese contexto, cuando hay hermanos, compartes un mismo duelo y vives como familia el desconsuelo de decirle adiós a alguno de tus progenitores, recordándolos con añoranza y tristeza en celebraciones que quizás te veas obligado a festejar porque exista descendencia a la que lógicamente no le puedes privar de ese derecho. 

Pero a veces la vida no sigue las reglas del orden lógico y natural y deja un vacío para el que no te has podido preparar.  En esa vorágine de dolor ya no quedan fuerzas, ni ganas, ni ilusión alguna para esforzarte en repetir estampas familiares pasadas que jamás volverán a ser lo mismo.  Sólo queda desolación, y ante ese escenario cualquier intento de celebración lo sientes como antinatural, impostado, desgarrador y forzado.


Y todos esos sentimientos entran en confrontación con una corriente humana que a tu alrededor sólo emite señales de festejo exacerbado.  Todo lo que te rodea son conversaciones que hablan de lo mismo, luces por doquier, publicidad consumista disfrazada de espíritu familiar y un ruido constante donde todo el mundo actúa como autómatas durante tres semanas encadenando encuentros, comidas, cenas, compras, con pocas ganas en el fondo pero arrastrados por esa inercia que les hace seguir el camino trazado.  Y sin embargo, en la mayoría de casos, a pesar de todo, el balance puede ser positivo porque en el centro de ese modelo de patrón navideño seguirá subyaciendo lo realmente importante que es el pasar tiempo con los seres queridos.

Pero cuando alguien ya se ha marchado y en la imagen familiar hay un hueco que no se puede llenar la cosa cambia.  Cuando tienes que recomponer los trozos de la fotografía que se ha roto y te faltan pedazos, entonces ya no tienes energía para esforzarte en seguir la corriente impuesta, porque al final nunca va a compensar, todo lo que hagas te va a recordar lo que ya no tienes.


Estas fechas se han vuelto muy dolorosas para mí y en medio de todo ese torbellino social tienes que esconder tu pesar, hacer oídos sordos ante las conversaciones que te rodean y que siempre versan sobre un único tema,  disimular la punzada que sientes en el centro del pecho mientras intentas permanecer como mero espectador y, cuando ya no tienes manera de evitarlo, responder con poca información, de manera aséptica y un tanto esquiva para salir de la situación.


No encuentro razones para celebrar, aún no.  Desconozco si las cosas serán distintas en un futuro, realmente no lo sé.  Quizá algún elemento de mi vida varíe y en esa circunstancia tal vez haya alguna razón que me obligue a celebrar aunque sea  a mi pesar.  Mientras llega ese momento, si es que lo hace, tendré que acostumbrarme a lidiar con esas sensaciones año tras año, así como con esas otras situaciones cotidianas que se cruzan en tu camino y que despiertan el dolor continuamente, aunque éste nunca duerma del todo y siempre esté presente de alguna manera.