jueves, 17 de junio de 2010

Narcotizante educación

Me abro paso entre la gente. Cada día hago lo mismo; después de subirme al autobús que debo de esperar una media de 15 minutos, voy haciéndome hueco, sorteando caras llenas de nada y vacías de todo, procurando alcanzar el fondo del vehículo, donde tal vez encuentre un asiento libre, y desde el cual probablemente pueda obtener una visión más general de lo que me rodea. Allí permanezco, sentado o de pie, según la suerte, unas veces observando mi alrededor, otras absorto en mis pensamientos, y otras leyendo un libro que amenice el recorrido y me aleje, aunque por breve espacio de tiempo, de esa estancia cargada de alientos, de olores, de energías cansadas, de sonrisas perdidas, de madres agotadas, de niños gritones, de estudiantes desorientados, de hombres sin pelo, y de mentes ocupadas, todas ellas, en conseguir dar esquinazo a su adiestrada consciencia. Y en medio de todo este collage humano tan variopinto y similar al mismo tiempo, mis reflexiones, mis dudas, mis interrogantes existenciales me llevan por senderos anteriormente transitados, intentando a toda costa encontrar la salida de semejante laberinto de emociones. Las señales indicadoras del camino marcado son perfectamente visibles a la vista aleccionada, sin embargo, intento escudriñar algo distinto, algo que sacie el hambre que azota mis motivaciones interiores, mis aspiraciones personales, a veces tan olvidadas aunque nunca dejen de llamarme. De repente, una vez más, aparecen en escena todas aquellas premisas tan bien aprendidas a lo largo de nuestra vida, resumidas todas ellas en una sencilla y limitante realidad: actuar pragmáticamente, utilizando la cabeza, dirigiendo tu vida hacia aquello que se supone que todos debemos hacer, TRABAJAR. No importan tus motivaciones, sólo hay que trabajar. Si tienes la suerte o has sido lo bastante maduro en tu adolescencia como para tener clara la profesión con la que te quieres ganar la vida, puedes sentirte afortunado, tendrás la oportunidad de dedicarte a algo que te realice como persona. Si por el contrario, eres uno más en el nutrido porcentaje de personas que andan perdidas en este gran sistema educativo que te garantiza un abanico de posibilidades pero que no te proporciona las herramientas suficientes que te guíen por el mismo, elige la ocupación que sea, o simplemente, no elijas ninguna, porque en ambos casos, tendrás que emplear tu tiempo en algo que no te haga feliz, da igual, simplemente tendrás que hacerlo, y no te plantees nada más, tan sólo sigue el sendero de las baldosas de adoquines, pero hazlo descalzo, así contarás con el respeto de todos; y no te quejes, nunca te quejes, porque siempre habrá alguien que te quiere lo suficiente como para decirte: "Esto es la vida, es lo que hay..."

Se acerca el final de mi trayecto. Sólo quedamos unos cuantos, poco a poco, han ido bajándose, dejando un vacío lleno de pasiones aparcadas, dispuestos a enfrentarse a un nuevo día con el piloto automático encendido. Llega mi turno, el vehículo se detiene. Pongo un pie en el asfalto, aunque esta vez lo hago sin miedo, con la valentía de quien se enfrenta a su adversario conociendo sus limitaciones, pero sin dejar de atisbar sus posibilidades, intentando aferrarse a aquellos sueños que a pesar de todas las anestesias sociales impuestas durante años, afortunadamente, aun no han sido aniquilados.