sábado, 18 de diciembre de 2010

La vida dormida

Apenas distinguía el exterior. La lluvia invadía la superficie del cristal. La persona que tenía a su izquierda bajó del coche y unos segundos después se abrió la puerta dejando ver el diluvio que caía sobre aquel desconocido. Éste la tomó por los brazos: "Vamos mamá". La dificultad de movimiento se imponía a la inercia que aquel hombre manejaba con la fuerza de sus manos y la fragilidad de su conciencia. El agua recorría los surcos que el tiempo había grabado sobre el rostro de Carmen. "Quédate aquí, ahora vuelvo", y después de besarla en la mejilla la dejó bajo la cornisa de la pared donde se apoyaba. Ella permaneció allí contemplándole correr. El ruído del motor se unió al sonido del aguacero. De pronto se oyó una voz. Era otro extraño. También corría, pero éste no iba callado, gritaba tratando de alcanzar el coche en vano.