Y se escondió... a la caída de la tarde.
Las cenizas cayeron inertes,
la calma era su escudo,
brotes de espinas cruzaban su espalda.
Nada temía, nada podía pararla.
Retazos de vida,
miradas de espanto,
y aunque quisiera,
ya no esperaba el milagro.
En la pared se refleja su llanto,
nada temía, nada sentía,
y en la pureza de su letargo
oye a lo lejos su desencanto
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