lunes, 24 de octubre de 2011

Colores

Nunca dejo de sorprenderme a pesar de que llevo muchos años siendo consciente de ello. Quizá soy más positivo de lo que me considero a mí mismo porque, desgraciadamente, es algo que veo más a menudo de lo que me gustaría; o tal vez en mi interior guardo la confianza de que las cosas pueden ser de otro modo y llego en ocasiones a camuflar la realidad pensando que hace años que ya comenzó el cambio. Aunque, para ser totalmente honestos, si nos rendimos ante la saludable filosofía de ver el "vaso medio lleno", no estamos actualmente en el punto en que nos encontrábamos tiempo atrás. Afortunadamente, hemos evolucionado, sin embargo, aún queda camino por recorrer hasta alcanzar una sociedad igualitaria donde las mujeres y los hombres podamos actuar libremente sin que se nos atribuyan comportamientos, características, capacidades, destrezas y preferencias de todo tipo derivadas de un hecho tan básico como ser hombre o mujer.

Recientemente he sido testigo de una situación, desde mi punto de vista, tan absurda e infantil, que podría ser tachada de nimiedad por mucha gente, pero que para mí tiene un significado muy importante, ya que pone de manifiesto la atribución de roles de género que limita a nuestra sociedad. Estando en mi puesto de trabajo, desempeñando una labor de cara al público en un establecimiento de hostelería, hizo su entrada una joven pareja de no más de 30 años. Me dispuse a atenderles con el habitual ritual de: facilitarles las cartas del local, esperar el tiempo prudencial para que les diese tiempo a hojearlas, tomarles nota de su pedido y finalmente servirles el mismo. Me encontraba en este último paso del servicio cuando me dispuse a llevarles los utensilios con los que pudieran ingerir su encargo, los cuales consistían en un par de juegos de taza y plato. Al cogerlos, casualmente, uno de ellos era azul y el otro rosa. Camino de la mesa que ocuparon los clientes en cuestión se me ocurrió realizar el experimento de depositar la taza rosa en el lugar donde permanecía sentado el chico y la azul en el correspondiente al de la chica. Así lo hice y dos minutos más tarde las posiciones de las tazas habían cambiado (para mi relativa sorpresa). Increíblemente a estas alturas aún seguimos cometiendo acciones de este tipo. Podemos verlo, si nos fijamos, en los cochecitos que albergan a bebés que, dependiendo de su sexo, irán vestidos de un color u otro; pero también podemos observarlo en las personas adultas que, aunque sea algo más inadvertido y sutil, siguen con esa dinámica de descartar un color por el simple hecho de que ha sido atribuido predominantemente a un sexo determinado. Es normal en el fondo, lo llevamos grabado a fuego desde una edad muy temprana, pero llama la atención que la mente desarrollada e inteligente de una persona adulta, no sea capaz de reaccionar de un modo diferente a una situación tan básica como la que he descrito anteriormente. Mucha gente pensará que es una tontería, que eso no implica ninguna situación discriminatoria y que hay cosas más preocupantes relativas a estos temas. Absolutamente cierto. Pero, a veces, los detalles insignificantes esconden grandes realidades, o también la suma de éstos, que da como resultado la sociedad machista y llena de sexismo en la que aún vivimos aunque nos encontremos ante los últimos coletazos de ésta.

En ocasiones me molestaré en intentar rebatir los argumentos simplistas de quien se empeña en defender que las cosas son así y que al fin y al cabo son tonterías, de quien sólo ve que lo verdaderamente importante son las barbaridades que ocurren, desgraciadamente, en la problemática de la violencia de género y similares, que, por supuesto, también cuentan con mi preocupación y perspectiva de cambio, pero que, por otro lado, no son los únicos elementos que conforman esta realidad teñida de desigualdad. En otros momentos, cuando la energía me flaquee y el pesimismo me pueda, lo dejaré correr, con la esperanza de que otras/os sigan la lucha por mí, pero siempre, en un rincón dentro de mí, espero que viva la esperanza de que las cosas pueden ser de otro modo.

4 comentarios:

  1. Pedro, tú lo has apuntado en tu post, los conocimientos que se adquieren en la infancia perduran toda la vida, ya pueden pasar muchos años que el color rosa siempre irá unido a lo femenino; yo lo compruebo en el aula todos los días, cuando a un niño le asigno el color rosa en un juego no deja de estar enfurruñado y eso no lo ha aprendido en mi clase.
    Saludos

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  2. Hola Alforte!!!! Qué tal? Me ha alegrado mucho tu comentario!! Hacía mucho que no te veía por aquí! Sí, por desgracia, es así, son muchos años con esa carga educacional, pero es más explicable que le ocurra a un niño que a una persona adulta, aunque parece ser que los prejuicios no entienden de edades,jeje. Un saludo bloguero afectuoso!!!!

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  3. Estoy totalmente de acuerdo con lo que has escrito. Si analizáramos cada uno de nuestros pequeños gestos diarios probablemente nos quedaríamos con la boca abierta. Ojalá se cumpla eso que dices de que sean los últimos coletazos de una forma de pensamiento y de actuación. La igualdad es algo que debe ser innato al ser humano no solo en el sexo, sino en todos los aspectos de la vida.
    Me alegro de leer un post como éste que me invita a pensar y corregir pequeños actos que aunque parezcan nimios, pueden significar bastante para otros.
    Enhorabuena.

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  4. Llego a tu blog y leo ésto tan cierto...es tema de un post que tengo a medio escribir; pero que la verdad!!! Acaso hay tanto mediocre dando vueltas por este mundo que lo único que verdaderamente reverencia como dogma, es determinar quien se folla a quién y dejar bien sentado que su culo no ha perdido el invicto? La bronca de adolescente renace en esta adultez, y juro que no pensé que la sentiría nuevamente. Abrazo,y si me lo permites, pasearé por tu jardín a menudo.

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