jueves, 18 de febrero de 2010

Palabras en el corredor de la muerte

Tiempo. Existe una cantidad incalculable de ideas populares alrededor de este concepto tan efímero a la vez que eterno. Muchas de ellas forman parte de nuestra cultura gracias al uso de determinadas "frases hechas" que empleamos, casi sin pensar, en diversas situaciones. "Tiempo al tiempo"; "El tiempo lo cura todo"; "El tiempo nos hace evolucionar"... Si estudiamos el recorrido de nuestra historia, llegamos a la conclusión de que todo es cíclico, que los errores del pasado no nos evitan caer nuevamente en ellos, y aunque existieron barbaridades que, afortunadamente, dejamos atrás para siempre, aún hoy día perviven en nuestra sociedad situaciones e ideas que no nos hacen merecedores del adjetivo "evolucionado/a". Si nos fijamos un poco en el mundo que nos rodea, no es difícil observar episodios que reflejan fielmente mi reflexión anterior. Sin ir más lejos, recientemente he sido testigo directo de algo que, a pesar de saber de su existencia, no ha dejado de sorprenderme; hace pocas semanas presencié la conversación de un grupo de chicos, de edades comprendidas entre los 20 y 30 años, que comentaban, con la complicidad que caracteriza a los hombres heterosexuales cuando conversan sobre sexo, el tipo de mujer que les gustaba físicamente y las cualidades personales que debía reunir la chica que eligieran como pareja sentimental. Después de una breve charla en la que no faltó algún que otro adjetivo soez relativo a los atributos físicos que a su criterio deben reunir las féminas, uno de ellos no dudó en señalar que , a ser posible, él querría para novia una "tía que no fuera muy guarrilla", al oír esto, y a pesar de no ser la primera vez que escucho algo así, una sensación de ardor me subió desde el estómago a la garganta encendiéndome poco a poco. En muchas ocasiones, en situaciones similares, intervengo si conozco a la persona de la que proviene tal comentario, unas veces con un diálogo constructivo que aunque no cambie formas de pensar en ninguna de las partes, al menos siembre semillas que en un futuro puedan germinar en pensamientos más abiertos, equitativos, igualitarios y de respeto hacia los que nos rodean; y otras con una discusión acalorada que no nos lleva a ningún sitio más que a albergar frustración al ver que los intentos de que el otro entienda una postura alternativa son en vano. Sin embargo, en otras circunstancias, si veo que la persona de la que proviene el comentario es incapaz de razonar lo que está diciendo, o si ni siquiera conozco al individuo que profiere tales ideas, me callo directamente para no alterar mi salud mental ni mi paz interior con la sensación de fracaso que en la mayoría de los casos se alberga tras ver que tus propósitos de derribar semejantes formas de pensar son en vano. Pues bien, en esta ocasión, sí conocía a quien emitía tal afirmación, desde mi punto de vista, absolutamente machista, y por supuesto la indignación que me creó oirla dio lugar a mi consiguiente respuesta, la cual, derivó en una breve disputa que no llegó a ningún puerto porque mi interlocutor era incapaz de argumentar su teoría. Cualquier nueva premisa que yo me esforzaba en darle para contraatacar lo que decía acababa siempre con la misma absuda respuesta que no hacía frente en absoluto a mi discurso: "en una mujer está más feo". Era lo único que era capaz de decir, lo único que se le venía a la boca cuando yo le hacía referencia al hecho de que cómo alguien de su edad (supera en poco la edad de 20 años) podía pensar algo así; a que él era una persona bastante promiscua; a que alardeaba de ello sin ningún tipo de problema; a que para mantener ese comportamiento promiscuo necesitaba a mujeres que accedieran ante el mismo, bien porque ellas también lo fueran o bien porque esperaran obtener algo más que un simple "polvo"; etc... Cada una de mis reflexiones eran contestadas con esa escueta y ridícula frase. Como es lógico, ante tal "razonamiento de peso" y después de oirlo repetidas veces no pude más que callarme y darme por vencido ante un objetivo que comprendí era imposible: sembrar razón donde sólo hay prejuicios, machismo e incapacidad para pensar por sí mismo y ver a los que te rodean con una mirada de respeto e igualdad. Esto se puede considerar como un hecho aislado, pero desgraciadamente no lo es, es una muestra bastante representativa del estado de salud del concepto de igualdad en nuestra sociedad. Curiosamente, el destino, el cosmos, o la simple casualidad, quiso que al día siguiente del hecho anteriormente relatado, una amiga muy querida, me contara, como otras veces había hecho, su salida nocturna de la noche anterior. Mi amiga, como mujer treintañera, soltera y heterosexual, debe lidiar cada fin de semana con el género masculino heterosexual (a veces muy a su pesar, diría yo). Pues bien, la velada vivida por mi amiga aquella misma madrugada, escenificó perfectamente la conclusión que aquel grupo de chicos compartieron ante mi asombrada presencia el día anterior. Hastiada de su propio relato, me comentaba, lo cansada que estaba de sentirse atrapada en un teatro en el que ella misma era la actriz principal rodeada de actores que buscaban clasificarla en uno de los dos cajones que únicamente tenían en su mente: el de las novias, o el de las zorras. Un teatro donde los guionistas eran esos mismos actores que, por un lado, buscan tener sexo esa noche y saciar su apetito incansable, para lo cual, se valen de las artimañas más increíbles que se puedan imaginar, las cuales van desde hacerte sentir especial, hasta hacerte creer que nunca se sabe dónde puede terminar esta historia...; y por otro, guardan un rincón en su interior, como un tesoro valioso, que tuvieras que ganarte si interpretas bien tu papel. ¿Y qué papel es ese? El de mujer orgullosa, con dignidad, que se hace valer, difícil, que no tiene sexo la primera noche, ni la segunda, ni la tercera...; es decir, una persona totalmente diferente a ellos, y que la mayoría de las veces no es real, puesto que al fin y al cabo, con nuestras diferencias, hombres y mujeres tenemos ciertas necesidades comunes que no se pueden negar, y por supuesto, también hay mujeres que necesitan tener sexo a pesar de no tener pareja estable. La gran diferencia está en que la mujer que libremente decida llevar a cabo esta actitud frente al sexo, será automáticamente clasificada, y ya ese hombre que esa misma noche la seducía, jamás podrá verla, consciente o inconscientemente, como otra cosa que no sea alguien con quien ha tenido o quiere seguir teniendo sexo, en el mejor de los casos, o una guarra directamente, en el peor de ellos. Mi amiga seguía meditando sobre todo esto, mientras yo pensaba cuántas veces había oído en mi vida esta reflexión, cuántas veces la había visto reflejada en series de televisión americanas en mi adolescencia, cuántas veces he tenido que escuchar que todo ha cambiado..., pero realmente, hay cosas que aunque con diferente apariencia siguen siendo las mismas. La coincidencia en el tiempo de estos dos hechos que acabo de describir, ha sido para mí como una señal de que tenía que dejar por escrito estas cavilaciones que han formado parte de infinidad de conversaciones con mis amigas, que han ocupado mucho tiempo y lugar en mis propios pensamientos, que son un elemento más en la consideración que tengo de mí mismo y que me han hecho definirme, con el paso del tiempo, como un hombre FEMINISTA. Sí, soy feminista, con todas las letras, y espero, con este grano de arena y con otros muchos que, con esfuerzo, intento aplicar en mi vida cotidiana, contribuir a derribar estas situaciones, estas ideas, que junto con muchas otras, forman parte de nuestra cultura, a veces explícitamente, otras implícitamente, pero que en cualquier caso, no nos dejan avanzar en esta carrera que hace años comenzaron muchas mujeres valientes que buscaban la igualdad y no la supremacía de la mujer sobre el hombre (que es lo que muchos piensan que es el feminismo), que no se amilanaron ante circunstancias mucho más extremas, y que gracias a ellas podemos continuar hoy día muchas y muchos (afortunadamente, no todos los hombres piensan igual) de los que creemos que las cosas no son así porque sí, sino que se pueden cambiar.

Según la RAE:
Puta: Prostituta. Mujer que obtiene dinero a cambio de sexo.
Guarra: Hembra del guarro(cerdo). Mujer sucia y desaliñada.
Zorra: Hembra de esta especie.

Hay palabras que usamos con una acepción muy diferente a la establecida lingüísticamente. Me gusta pensar en estas palabras como condenados a pena de muerte que esperan con temor la llegada del día en que una de sus acepciones, la distorsionada, la que usamos injustamente, sea ejecutada para siempre. Basta ya! de palabras que nos limitan y que juzgan comportamientos que no hacen daño a nadie, y sobre todo, basta ya! de utilizar un doble rasero que sentencia esos mismos comportamientos en un sexo y los vanagloria en el otro. No sé cuánto tardará en llegar dicho momento, ni siquiera si llegará alguna vez, pero merece la pena el esfuerzo si cada día somos un poquito más libres.